Algunas de las acciones con las que podemos apoyar.
lunes, 16 de mayo de 2022
martes, 29 de marzo de 2022
Albergue de las mujeres que vuelan
Soy acompañante. A lo largo de estos
años me he dado cuenta de que soy acompañante de familiares, de mujeres y niñas
que fueron víctimas de violencias, y que también soy acompañante de
especialistas que van a lo largo del país compartiendo con otras sus
experticias; a todas les agradezco por permitirme caminar, cuando es posible,
con ustedes.
Desde ese andar de acompañamiento,
llegué a un espacio lleno de los colores que quiero para mi casa, lleno de
flores y árboles y del canto de pájaros por las mañanas, con decenas de abejas
reposando en las flores moradas. Mi llegar a ese lugar, al que llamaré El
Albergue de las mujeres que vuelan, pensando en aquel libro de Marcela Serrano:
El albergue de las mujeres tristes, pero mirando que para ellas este lugar es
la isla que algunas veces necesitamos para descansar/ para olvidarnos… y no el
destino.
Cada cierto tiempo, una compañera
cargaba sus saberes en maletas y viajaba dispuesta a compartirlo con las
mujeres que vuelan, y todas aprendimos algo nuevo y disfrutamos de saber lo
fuertes que podemos ser y toda la creatividad que albergamos. Entonces ya todas
nos saludábamos con familiaridad, las niñas y los niños corrían para saber si
tendría algún dulce que pudiera darles a escondidas (nunca lo hice), de pronto
podíamos olvidar que estábamos en ese lugar, o al menos olvidar las razones que
llevaron a que existan estos espacios.
Sin embargo, no siempre podía ser
igual, todas estábamos en un proceso de aprendizaje y son tantas vivencias,
tantas charlas, narraciones, sonrisas y miradas las que allí se comparten, y de
tal impacto, que quisiera tener la capacidad de compartir con ustedes que hoy
me leen, pero la realidad es que son herramientas que aún no logró adquirir, y
que difícilmente con palabras podré compartirles dignamente todo lo que guardan
mis memorias.
Ese día, como cualquier otro en que se
imparte un taller, la especialista estuvo acomodando su mesa de trabajo
improvisada, pues la sala de capacitación era al mismo tiempo el comedor y la
estancia para niñas y niños, y también era el paso para el baño, la cocina y el
patio; todo estaba preparado, y la compañera inició su presentación
compartiendo el objetivo, su propuesta de trabajo y los temas que abordaría.
Entonces, durante su ejercicio para invitar al diálogo y la escucha, lanzó la
siguiente pregunta: ¿Cuál es su expectativa de estar aquí?, (ella
realmente se refería a estar en su taller; quería que compartieran sus
necesidades sobre la posibilidad de adquirir nuevas herramientas); la primera
respuesta de una de las compañeras nos dejó en un silencio colectivo, pues
fueron segundos en que vivimos una sensación de miedo recorría nuestra cuerpa;
nos miramos sin poder mirarnos, incluso las que ya llevaban más tiempo en ese
lugar sintieron eso que les aterrizó a una realidad que habíamos logrado
engañar un poco con las risas previas al taller y a la memoria. Ella, la recién
llegada, dijo: ¡Quiero vivir, y que mis hijas vivan! Si no me escapaba, nos
mataría.
Una tarde cualquiera en el Albergue.
CM: Mariana, estoy preocupada, ya
tenemos un mes aquí y dejé a mi gato en la casa, le puse muchas croquetas y
agua, ¿crees que todavía tengan?
Mariana: Los gatos son muy
inteligentes, él sabrá buscar su comida, son muy muy hábiles. Yo tengo muchos
michis…
Después de ese diálogo busqué hablar
con las encargadas y comentarles la situación, pero me indicaron que no había
condiciones de regresar a la casa de CM; tuvieron que sacarlas las personas de
la fiscalía, ya que estaban en alto riesgo no solo por su agresor.
Lucía: Me gusta estar aquí, aquí me
puedo bañar sin tener que cuidarme. (Durante una charla en un jardín.)
Carmen: Me siento fuerte, nunca pensé
que yo pudiera hacer algo tan hermoso. (Esto después de terminar una libreta, en un taller
de encuadernación.)
No siempre tuvimos la respuesta ni las
palabras adecuadas; hay un ambiente de dolor y esperanza en un mismo espacio,
aquel de paredes blancas con un jardín lleno de colibríes. Justo ese lugar que
las niñas y los niños siempre recordarán porque llegaron para poder seguir
viviendo y seguir viendo vivas a sus madres.
En una de las paredes está pintado un
árbol lleno de mariposas y manitas; las mariposas son ellas, niñas y madres.
Son hermosas mariposas volando, llenas de colores; ellas las dibujan y les
escriben su nombre al salir del refugio como parte de su ritual de despedida.
Las que se quedan se van platicando
sobre quién era esa manita, y esa patita, y lo mucho que ellas lograron.
Quizá nos volveremos a ver, al menos
todas lo prometimos, y espero que sea para reír juntas de todo lo vivido y para
contarnos nuestros nuevos planes; de no ser así, y que el volver a vernos sea
porque la violencia vuelva a la vida de alguna, espero que siempre puedan
regresar y nunca olvidemos que somos red. Al despedirme de ellas,
hicieron dos filas y me pidieron pasar por el medio de éstas; ellas tenían en
sus manos flores moradas y cantaban la canción "Sin miedo" de Vivir
Quintana, ¿la conocen?
"Que
tiemble el Estado, los cielos, las calles
Que
tiemblen los jueces y los judiciales
Hoy a las
mujeres nos quitan la calma
Nos
sembraron miedo, nos crecieron alas…"
Terminamos ese día cantando los nombres
de todas las presentes y diciendo "¡Vivas nos queremos!".
Escribo esto para que nunca se me olvide
que estuve sentada dialogando con mujeres enormes, poderosas, que sonríen y
abrazan la vida. El albergue de las mujeres que vuelan. Así lo pienso, y así lo
recordaré.
Gracias a todas las compañeras que hacen posible la
existencia de los albergues, refugios, casas de medio camino y de transición.
Mariana
Àvila Montejano
sábado, 26 de marzo de 2022
¡Quedarnos!
Ana
y el antídoto
Por:
Mariana Ávila Montejano
Ana no entendía por qué dejaron de reír juntas, ni por qué sus largas caminatas de regreso de la escuela cambiaron por un
aburrido autobús con su tía Martha. Ella
pensaba que poco a poco su mamá se estaba apagando. Imaginaba un cuento de
hadas en las que éstas se empezaban a
quedar sin luz porque la gente no creía en la magia.
Un día llegaron por su madre. Recuerda que la subieron a una camioneta
blanca, tenía la cabeza cubierta por unos trapos color morado, y ya no pudo
verla. Alguien le explicó que una cosa horrible se había metido en el pecho de
su madre. Ella pensaba que quizás era la tristeza: escuchaba llorar a su madre
por las noches, abrazada a su tía Martha.
Recuerda que en las películas de hadas siempre
encontraban un antídoto, y ella estaba dispuesta a realizar todo lo necesario
para sacar esa cosa horrible del pecho de su madre.
Una mañana, Ana escuchó en las noticias que un grupo de científicas
mexicanas había encontrado un antídoto que lograba inhibir las células cancerígenas en una de sus pruebas. En ese momento vino a su
mente que las adultas de su casa hablaban de aquello como causa de la tristeza
de su madre; la sorpresa fue que el antídoto venía de un
alacrán, y entonces Ana recordó que en casa de su tía Martha había alacranes.
Estaba feliz. Tuvo que planear cómo podía conseguir el antídoto para salvar a
su madre.
Esa semana, después de escuchar la noticia, Ana insistió en quedarse a dormir en el
lugar de la tía Martha. Se le
notaba ansiosa, al final aceptaron por
todo lo que estaba pasando.
Ana estuvo esperando a que oscureciera para
poder salir al patio y agarrar alacranes sin que la regañaran, pues siempre le
decían que tuviera mucho cuidado con ellos.
Esa noche Ana lo logró: consiguió atrapar al
portador del antídoto para salvar a su madre. La pequeña, con sus cinco años,
se fue a su cama con el alacrán entre sus manos, ella sentía dolor y poco a
poco le fue más difícil respirar, pero no quería que nada la
separara del bicho. Sólo quería que amaneciera para pedir a las adultas que la
llevaran con su mamá y entregarle el antídoto.