domingo, 5 de julio de 2009

EL ARETE

Cuando era niña me gustaba mirarme adornada, ponerme holanes, usar los aretes de mamá y era lindo detenerme en el espejo imitando a las mujeres adultas. Sin embargo la realidad era otra, mi madre no tenía tiempo de ponerse esos aretes, ni de adornarse. Recuerdo que apenas alcanzaba a cambiarse y comer algo en las mañanas pues todo el día estaba fuera de casa, trabajando. Me compraban solo pantalones de mezclilla y playeras para vestirme, el adorno no fue algo común en mi familia. La verdadera influencia venia directamente de la televisión y de las pasarelas imaginarias. Pues en casa no había mimos por ser linda o reproches por ser fea.
Visualizó los alcances de la masa social, cuando la imagen del adorno en televisión se convirtió en el imaginario no únicamente mío, sino de las niñas que están cautivas entre tanta estupidez. Ahora reparo en cada juego y en los hábitos que afirmaron mi construcción como “femenina”. El separar por sexo las actividades, como si nuestras habilidades fueran ya conocidas, lo seguro es que ya están determinadas por otros. Recuerdo cómo la apariencia establecía no sólo el trato de los demás sino el número de amistades, incluso se reflejaba en las “calificaciones”, pues las inseguridades crean límites y dificultades para desenvolvernos. En ese tiempo la “belleza o fealdad” marcan toda tu vida. El cuerpo se convierte en la mejor arma o en el peor castigo. En la adolescencia todo sigue su rumbo, es algo común en nuestro lenguaje descalificarnos con insultos y sobrenombres relacionados con nuestra apariencia.
La construcción de los intereses para una mujer me hundían en las apariencias y desgastaban mis energías en adornos, para convertirme en “arete social”; mientras los hombres crean redes, establecen hábitos e implantan sus normas. Las mujeres sufrimos el imaginario colectivo y la cruda construcción social de nuestro rol: “Crecer, adornarnos, casarnos, tener hijos y ser obedientes”.
Llega el tiempo de elegir una profesión, el momento en el que el futuro puede ser algo más que lo escrito, sin embargo advierto una resistencia a dejar los adornos y dejar de sufrir por la belleza. Veo tacones con tobillos tambaleantes desafiando la gravedad, peinados de horas de esfuerzo y dedicación para el otro. Observo compañeras que dedican varias horas de su día a su arreglo personal produciendo cualquier tipo de males a su cuerpo. Todo producto de esta violencia epistémica que vivimos.
Entre tanta desarticulación producto de la designación de nuestros roles, llega el momento en que los espacios para una mujer son tan pocos y están tan resguardados por toda una estructura patriarcal que solo algunas logran romperlos.
Es así que me descubro entre todas las imágenes que me rodean y me miro dependiente, también vulnerable. Miro como gran parte de la sociedad acepta que me cosifiquen por ser mujer. Y en este espacio cuando no eres igual eres vulnerable, y no es que busque la igualdad, pues me encanta que seamos diferentes sino que estas diferencias crean ventajas y desventajas causantes de tantos males sociales.
Veo que mujeres han venido trabajando sobre esto hace siglos, y nosotras seguimos adornando nuestras almas con golpes. Es difícil salir de estas estructuras cuando no las alcanzas a ver.
Lo que hago, lo que hacen muchas es desafiar un destino escrito por otros al poner el arete en las orejas y nuestras vidas en su espacio, sin propietarios. Atrevernos a que no importe si gustamos o no. Buscar crear redes entre mujeres y enfocarnos en la construcción de nuestra autonomía. Porque cuando me ven como un arete, cuando el otro, los otros me cosifican me vuelven propiedad. Mi cuerpo es convertido en objeto, es golpeado, amenazado, mutilado... La sociedad justifica el abuso contra el adorno, el asesinato de una mujer también es adornado “crimen pasional” y colocado en las notas rojas de los diarios…
Mariana Ávila Montejano.
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